El mundo que hoy vivimos ha cambiado bastante en los últimos cincuenta años y los comportamientos de la infancia no han escapado ciertamente a este fenómeno. Los juegos de los niños de aquella época giraban mayormente en torno a indios, vaqueros y tópicos más o menos relacionados con estereotipos bélicos de posguerra cuyo mejores representantes eran todavía los viejos soldados de juguete, igualmente codiciados por los niños de muchas generaciones anteriores. A diferencia de hoy en día, había pocos aparatos de televisón, ningún ordenador y, posiblemente, mucha más fantasía e imaginación.
A principios de los años sesenta las figuras de juguete parecían monopolizar los juegos infantiles de los hermanos Andrea en el hogar familiar. En aquella época existían algunas firmas españolas produciendo modelos de goma de gran calidad y la afición de los Andrea, que pasaban incontables horas inmersos en juegos con figuras, se puso pronto de manifiesto.
Esta pasión por las encantadoras miniaturas de juguete, lejos de apagarse con el tiempo evolucionó durante años hasta desembocar en algún momento de los sesenta en el que los hermanos Andrea comenzaron a pintar las antiguas figuras de Airfix en 1:72 con esmaltes Humbrol.
Hacia los setenta, un amplio surtido de figuras en piezas tales como los Collector Series de Airfix, Historex o los soldados a 1:35 de Tamiya hacían las delicias de los jóvenes Andrea. En esta época Fernando y Carlos Andrea empezaban a producir las primeras de una serie de impresionantes transformaciones. Ambos eran estudiantes que pasaban gran parte de su tiempo de ocio modelando. Eran tardes largas y absorbentes -en ocasiones días enteros- planificando y desarrollando modelos mientras su particular visión de este arte, que hundía sus raíces en la temprana infancia, evolucionaba lenta pero inexorablemente hacia lo que más tarde sería el estilo Andrea en el diseño de figuras en miniatura.
También en los años setenta tuvo lugar un acontecimiento clave en la carrera de los hermanos cuando se encontraron con Rafael Barreira, quien por entonces poseía la única tienda en Madrid especializada en soldados en miniatura; por aquel entonces importados de Inglaterra en su mayoría. Barreira se mostró interesado en sus trabajos y comenzó a comprar algunos para su reventa en la tienda. Estas fueron las primeras “operaciones comerciales” de la pareja que, animados por Barreira, incrementaban su producción. Por otra parte, descubrieron las figuras de metal y comenzaron a invertir la mayor parte de sus vacaciones en pintar muchas de ellas por encargo a la vez que continuaban diseñando transformaciones y dioramas.
Vinieron entonces los largos años en la Universidad, el servicio militar, los primeros trabajos... Inevitablemente la actividad modelística decreció aunque sin cesar nunca por completo.
A principios de los años ochenta, Fernando Andrea estaba navegando por el mundo como oficial de la Marina Mercante y Carlos, que había estudiado Arquitectura y Económicas en la Universidad de Madrid, trabajaba como ejecutivo en una multinacional inglesa. Aunque se desenvolvían holgadamente, algo parecía no funcionar. Ambos seguían soñando con figuras, pero la actividad modelística se había reducido prácticamente a cero. Se encontraban pocas veces, pero cuando lo hacían la conversación siempre derivaba al mismo tema: “la siguiente figura que haremos en cuanto podamos”. Sin embargo, el ansiado momento nunca llegaba y parecía que los viejos tiempos no volverían jamás.
En el invierno de 1983, tomaron una decisión crucial. Con la ayuda de la novia de Carlos (hoy su mujer, Concha), los hermanos abandonaron sus respectivas profesiones para fundar Miniaturas Andrea y así dedicarse por completo a la pasión de sus vidas: el arte de la figuras en miniatura. El activo de la joven empresa era fácil de contabilizar: ningún dinero, modelos o conocimientos de fundición, ninguna maquinaria y toneladas de sueños e ilusión. Aunque algunos buenos amigos se ofrecieron a financiar el proyecto, no se aceptó dinero alguno por la falta de garantías para una pronta devolución.
La vieja habitación de los dos hermanos en el hogar familiar, donde habían nacido muchos de los primeros trabajos, se convirtió en el primer estudio Andrea, taller, oficina y... dormitorio. Una larga lucha comenzó con febriles sesiones de 16 horas diarias, sin fines de semana o vacaciones. Con todo, fueron tiempos felices, marcados por la aparición de varios modelos laboriosamente planeados, documentados y ejecutados. Algunos de ellos pueden parecer algo toscos tantos años después, pero cualquier sugerencia para retirarlos del catálogo es denegada sistemáticamente sobre la base de que todos fueron realizados con idéntico esfuerzo y dedicación y merecen por lo tanto el “honor” de aparecer en el catálogo.